jueves, 17 de enero de 2013

VOLVER DE CACAXTLA

 
Dejarnos convencer por un taxista. Cambiar Atlixco por Cacaxtla, sin saber dónde está ni cómo llegar, sin saber lo que es. Llegar a la estación de Puebla y comprobar que los autobuses no salen de allí. Cruzar las calles y tomar un Flecha Azul desvencijado y hacerle prometer al chófer que nos avisaría. Viajar a los saltos y con frenazos cada doscientos metros por las lomas de burro, como hora y media, sacudidos como en una coctelera. Cambiar de estado: de Puebla a Tlaxcala. Ver que pasamos de largo la salida a Cacaxtla. Comprobar que el chófer te ignora. Confiar sin saber en qué o en quién. Ver otra salida: Xochitécatl. Cien metros después escuchar el chófer que dice, mirándonos a través del espejo: Ustedes van a las pirámides ¿no?, ya pasamos la salida. Caminar hasta el cruce. Comprar agua y galletitas en un almacén, entre paisanos y borrachos, antes de comenzar la subida. Aguantar el calor y el sol, paso tras paso, todo hacia arriba. Descansar bajo un árbol sentada en el bordillo. Ver aproximarse a un Atos rojo que viene subiendo y escuchar a tu marido que te dice: ¡Ni se te ocurra! Ponerte de pie de un salto porque “al que se le ocurrió” fue al del Atos rojo. Dejar que te suban a la cima. Dar las gracias y comenzar la visita. Caminar entre pirámides un 24 de diciembre, casi sin turistas.
 
 
Xochitécatl
 
Bajar de Xochitécatl campo traviesa.
Desembocar entre los yuyales en el cementerio.
 
 
 
Llegar otra vez hasta la carretera. Tomar un autobús hasta el cruce de Cacaxtla y esperar allí una combi que te suba hasta la entrada. Pasear por las ruinas pintadas y techadas.
 
Cacaxtla
 
 
Comerse unos chilaquiles en el restaurante de las ruinas. Esperar la combi que te bajará. Mientras, darle todas tus galletitas a un perro callejero. Ver las señas del chófer de la combi que sube y tomarla a su regreso y dejar que te lleve, sin saber hasta dónde. Llegar a la plaza de Nativitas que habías visto en el viaje de ida. Esperar, sin tener la certeza de poder volver a Puebla.
 
Nativitas
 
Cambiar el Flecha Azul, que según dicen ya no pasa, por otra combi que te dejará en Zacatelco. Viajar en asientos enfrentados al son de la cumbia. Ver subir a una pareja, emperifollados. Él con su mejor camisa, su pelo engominado y atado con una larga trenza, y recordar que faltan pocas horas para la fiesta. Bajarte de la combi, por intuición, en una calle atestada de gente. Correr entre las multitudes de Zacatelco y treparte al primer bus que tenga el cartel de Puebla. Dejarte llevar mientras cae la noche y el Popo se asoma entre los edificios.
 
Popocatepetl
 
Comprobar que un semáforo cambia cuatro veces y el autobus no se mueve y el chófer no se inmuta. Andar kilómetros y ver que un taxi se mete en el camino e, inevitablemente, lo arrollará el bus en el que viajas. Gritar ¡Ay, ay, ay! sin tener conciencia, desde tu primera fila, frente a la indiferencia del resto del pasaje. Esperar a que el chófer mire los bollos y las ralladuras y encare, indiferente, al dueño del taxi. Llegar frente a Capu, la estación de Puebla y hacer la cola, larga, larguísima, para tomar el taxi y volver al hotel. Ducharte, cambiar las zapatillas por zapatos y rezar para que haya algún restaurante abierto. Cenar tacos en Nochebuena y regalarle unas monedas a un Papá Noel mal vestido. Recorrer otra vez el zócalo y sus luces.
 
 
 
Zócalo de Puebla
 
No esperar a las doce para dar tu regalo.
Dormirte, plácidamente, tras un largo día.  
 
 

2 comentarios:

Loli Pérez dijo...

Un largo día lleno de aventuras, de ver lugares llenos de historia.

Me encantan tus crónicas, Andrea!!

abrazos

Andrea Vinci dijo...

Gracias guapa