viernes, 31 de agosto de 2012

MEXICAN HAT


Ya era de noche. Dejábamos atrás el North Rim, desértico, rojizo, sin nada que envidiarle al Cerro de los Siete Colores, y la presa Glen y el Navajo Bridge y el río Colorado y todo lo que quedó sin ver, Para el próximo viaje, dice él, Para el próximo viaje, mascullo yo. Él quiso una foto en cada curva y yo estoy hartita de tanta foto. Pará qué, si uno las mira sólo un par de veces. Repetila, exige, buf, buf, buf, salgo del coche, miro el reloj. Los móviles no sirven. El blackberry está muerto. No hay manera de avisar que llegaremos tarde. Habría que llamar, como en España. No, dice él, dormimos en el coche. Y uno no contesta, sólo viene a la cabeza la cifra de lo que ya está pago: 275 dólares, Sí, dormimos en el coche... Vas a un hotel en medio de la ruta, a un hotel con nombre: Mexican Hat, pero sin milla exacta, un hotel con una sola referencia: frente a la Shell, dice la reserva. Mucho antes de Kayenta la camioneta sólo anda con un cuarto de tanque. Ya es de noche. Encontramos una gasolinera, pero no hay gente. Él mete la tarjeta, pero la gasolina no sale. Y putea, y maldice, y teme que se cargue en la tarjeta la gasolina que no tuvo. Seguimos camino. Falta poco para Kayenta, dicen los carteles. En el cruce ves el anuncio con la flecha: Monument Valley y Mexican Hat a la izquierda. Respirás, pero todo es muy raro. Mexican Hat no aparece en google map. Qué es Mexican Hat. Es el nombre de mi hotel, hasta ahora, solamente, era el nombre de mi hotel, pero ahora es un lugar. Eso te tranquiliza. Eso, y la gasolina que fluye y se puede pagar. Él tiene hambre. Yo también, pero en Kayenta sólo hay Mc Donald y lo pasamos de largo. La ruta es muy oscura y muy recta. No se ve nada, no hay casi coches. Cuánto falta para Mexican Hat. Mirás su perfil y atinás a preguntarle: Estás cansado. No, para nada. A vos ir de acompañante te adormece, y esa recta, y esa oscuridad que se convierte en túnel. Los ojos se te cierran. Te vas poniendo bizca, pero mirás el reloj y caés en la cuenta: ¿Nos dejarán entrar? ¿Habrán guardado la reserva? ¿Dónde está Mexican Hat? Maldecís en silencio. Por adentro va el volcán. A él no le importa llegar tarde. Él duerme en el coche, dice. No veo los mojones. No sé por dónde vamos. No sabemos qué hay alrededor. No hay luces, no hay referencias, no hay carteles. Él mira el cuenta millas y afirma: Tenemos que estar cerca. Y vemos unas luces a lo lejos. Yo me entusiasmo, respiro hondo y pienso ¡Por fin!, con este cansancio, con esta incertidumbre, con tanta hambre, pero pronto me doy cuenta de que no puede ser, de que las luces están hacia adentro, de que la carretera está vacía, y él te dice: Teníamos que haber llegado. Dónde está Mexican Hat. Cuánto falta para Mexican Hat. Si en unos kilómetros no aparece pegamos la vuelta y preguntamos. Preguntamos a quién, en esas casuchas de navajos que dejamos atrás. Pero no decís nada, para qué, no es bueno pelear por las noches y menos cuando él conduce. Antes de una curva, un cartel anuncia: Navajo Nation, y más allá otro, frente a las luces del primer hotel en millas, nos da la bienvenida: MEXICAN HAT. Y cruzamos el San Juan, y miramos con ansiedad, y hay luces, y hay hoteles, y buscamos y divisamos a lo lejos el amarillo de la Shell. Aparcamos en la puerta. Un señor con sombrero de cow boy nos espera. Two nights, nos dice. Y yo suspiro, y todo es el far west: la casa de madera donde dormiremos, la gente jugando al billar, las fotos de John Wayne, el patio donde preparan barbacoa. Nos zampamos un chuletón con papas fritas. Dormimos como ángeles. Con la luz del día descubrimos el paisaje. A menos de una milla unas piedras nos llaman la atención. Eso, eso, grito yo acalorada, ¡Eso es Mexican Hat!