Describir el miedo sin hablar de impotencia: el miedo que arrecia de golpe, sin darte tiempo a registrarlo, a ubicarlo en un «cajón» de nuestro cuerpo; el miedo que nos iguala, porque se parece a la muerte.
El edificio crujió. Yo dije: Terremoto. Estaba sola. Tomé el teléfono y las llaves y corrí por las escaleras. Como casi todos.
Los cascotes caían del edificio. A la calle llegaban los vecinos a borbollones, con el celular, inútilmente, en la mano. Todos hablaban con todos, formaban grupos. La calle cubierta de gente. Vecinos que nunca había visto, que no sabía que vivían allí. Los orientales, descalzos.
Encontré a la señora que limpia las escaleras del edificio, sola, temblando. La abracé. Le pregunté: ¿En qué piso estaba? En el once, me contestó.