Con tanta
fiebre de Mundial, quiero dar mi parecer:
Como emigrante
he aprendido a querer al país donde vivo, a ser agradecida. Ninguno de mis
abuelos me habló mal de Argentina o la comparó con Alemania, Italia o España. Jamás
los escuché quejarse o los vi llorar. Mis abuelos me enseñaron a querer la
tierra que piso. Me hace feliz saber que mi familia y mis amigos, de uno u otro
lado del charco, se alegran de verme cuando paso por Buenos Aires o Málaga. También
me hace feliz saber que aquí, en México, también los hay. He aprendido a no
vivir dentro de un gueto, a hacer amigos donde quiera que viva. Sé que para mis
amigos de Málaga soy una malagueña más. Tengo amigos muy queridos en muchos
lugares del mundo. Y en todo este aprendizaje de ser emigrante, además de la
humildad y el agradecimiento, está el haber desechado todo fanatismo, todo
sentimiento nacionalista, aquel que cree que es mejor que el vecino. No así el
patriótico, porque aún me sigue emocionando el himno y los logros de mi gente.
No sé qué me
deparará el destino. Me gustaría morir en Málaga, aunque mis cenizas terminen
junto al obelisco.
La bandera verde y blanca es la de Andalucía