Los
emigrantes quisiéramos tener un clon
en
cada ciudad en donde hemos vivido.
O
lo mejor sería llegar a ser santos por un rato,
cada
tanto,
sólo
para poder bilocarnos.
Ver
por un instante tu rostro,
atrapar
las sonrisas,
los
piropos,
achucharte,
escucharte,
para
luego retornar a ese lugar
que
ahora llamamos casa.