La Navidad y
el Año Nuevo son fiestas que ya no tienen religión, ni lugar, ni frontera. Se
trata de festejar LA PAZ, aunque suene a reina de la belleza. LA PAZ que
escasea. Y LA PAZ es ese hueco que nos hacemos para dejar de molestar al
vecino, para llamar a los parientes olvidados, para esperar que en esos días no
haya bombas, ni disparos, ni misiles. Y para que los límites y las banderas (de
países, de fútbol, de religiones), flameen menos que la de LA PAZ que suena en
cada brindis. Porque con cada bandera nos separamos. Porque tu ideología y la
mía no se parecen. Porque tal vez en la puerta de tu casa haya más luces que en
la mía.
Yo levantaré
la copa a las doce de la noche. A las doce mexicana. Tú estarás al sur o al
norte, al este o al oeste. En Buenos Aires o en Málaga. En Vicenza, en el DF, en
Stratford o en Madrid, en Loja o en Rute, en Guadalajara, Nerja o Benalmádena, en
Atenas, Granada, Cerdeña, Rouen, San José o Zaragoza.
Y brindarás a
tu hora. En tu meridiano. Conmigo.