Dejarnos convencer por un taxista. Cambiar
Atlixco por Cacaxtla, sin saber dónde está ni cómo llegar, sin saber lo que es.
Llegar a la estación de Puebla y comprobar que los autobuses no salen de allí. Cruzar
las calles y tomar un Flecha Azul desvencijado y hacerle prometer al chófer que
nos avisaría. Viajar a los saltos y con frenazos cada doscientos metros por las
lomas de burro, como hora y media, sacudidos como en una coctelera. Cambiar de
estado: de Puebla a Tlaxcala. Ver que pasamos de largo la salida a Cacaxtla. Comprobar
que el chófer te ignora. Confiar sin saber en qué o en quién. Ver otra salida: Xochitécatl.
Cien metros después escuchar el chófer que dice, mirándonos a través del espejo:
Ustedes van a las pirámides ¿no?, ya pasamos la salida. Caminar hasta el cruce.
Comprar agua y galletitas en un almacén, entre paisanos y borrachos, antes de
comenzar la subida. Aguantar el calor y el sol, paso tras paso, todo hacia
arriba. Descansar bajo un árbol sentada en el bordillo. Ver aproximarse a un
Atos rojo que viene subiendo y escuchar a tu marido que te dice: ¡Ni se te
ocurra! Ponerte de pie de un salto porque “al que se le ocurrió” fue al del
Atos rojo. Dejar que te suban a la cima. Dar las gracias y comenzar la visita. Caminar
entre pirámides un 24 de diciembre, casi sin turistas.
Xochitécatl
Bajar de Xochitécatl
campo traviesa.
Desembocar entre los yuyales en el cementerio.
Llegar otra vez
hasta la carretera. Tomar un autobús hasta el cruce de Cacaxtla y esperar allí
una combi que te suba hasta la entrada. Pasear por las ruinas pintadas y
techadas.
Comerse unos chilaquiles en el restaurante de las ruinas. Esperar la
combi que te bajará. Mientras, darle todas tus galletitas a un perro callejero. Ver las
señas del chófer de la combi que sube y tomarla a su regreso y dejar que te
lleve, sin saber hasta dónde. Llegar a la plaza de Nativitas que habías visto
en el viaje de ida. Esperar, sin tener la certeza de poder volver a Puebla.
Nativitas
Cambiar
el Flecha Azul, que según dicen ya no pasa, por otra combi que te dejará en
Zacatelco. Viajar en asientos enfrentados al son de la cumbia. Ver subir a una
pareja, emperifollados. Él con su mejor camisa, su pelo engominado y atado con
una larga trenza, y recordar que faltan pocas horas para la fiesta. Bajarte de la
combi, por intuición, en una calle atestada de gente. Correr entre las multitudes
de Zacatelco y treparte al primer bus que tenga el cartel de Puebla. Dejarte llevar
mientras cae la noche y el Popo se asoma entre los edificios.
Popocatepetl
Comprobar que un
semáforo cambia cuatro veces y el autobus no se mueve y el chófer no se inmuta.
Andar kilómetros y ver que un taxi se mete en
el camino e, inevitablemente, lo arrollará el bus en el que viajas. Gritar ¡Ay,
ay, ay! sin tener conciencia, desde tu primera fila, frente a la indiferencia
del resto del pasaje. Esperar a que el chófer mire los bollos y las ralladuras
y encare, indiferente, al dueño del taxi. Llegar frente a Capu, la estación de Puebla y hacer la cola, larga, larguísima,
para tomar el taxi y volver al hotel. Ducharte, cambiar las zapatillas por
zapatos y rezar para que haya algún restaurante abierto. Cenar tacos en
Nochebuena y regalarle unas monedas a un Papá Noel mal vestido. Recorrer otra
vez el zócalo y sus luces.
Zócalo de Puebla
No esperar a las doce para dar tu regalo.
Dormirte,
plácidamente, tras un largo día.
2 comentarios:
Un largo día lleno de aventuras, de ver lugares llenos de historia.
Me encantan tus crónicas, Andrea!!
abrazos
Gracias guapa
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