Entro
en la Iglesia de San Juan Chamula. Un hombre del pueblo nos cobra la entrada. Terminantemente
prohibido sacar fotos, dice, y señala tras de mí a la policía. Yo sólo veo
hombres con trajes típicos, los mayordomos con sus bastones de mando. Llevan puesto
un abrigo, negro casi todos, de pelo de oveja peinado, del mismo material que
las faldas de sus mujeres. Debo conservarlo en mis pupilas, me digo, y abro la
puerta. Siento una conmoción que invade todas mis células. Retengo el aliento,
como las ideas. Miles de velas arden por todas partes y una nube de incienso me
recuerda que estoy en un templo, aunque no es un templo cualquiera. Se funden
los rituales cristianos y paganos, como una ola. No hay bancas. Ninguna. En las
paredes, a diestra y siniestra, los santos nos miran tras las vitrinas, cada uno tiene la suya y son
todas diferentes. Cada santo sostiene un espejo. Mírate, te dicen, y callan. No
llegué a contar cuántos santos eran. Hoy me parece que estaban todos. La gente
sentada en el suelo acomoda las velas, una a una, en hileras, una hilera tras
la otra. Velas finas. Velas gruesas. Altas, pequeñas. Algunos limpian el piso
con una espátula de albañil, quitan la cera. Hay mesas a los costados, e
incluso en el medio, todas diferentes, todas cubiertas de veladoras. La gente
del pueblo reza en su idioma, de rodillas frente a sus velas, como una letanía
que acompaña nuestra intrusión. Por aquí, por allá, sin un orden lógico. Al fondo
el pesebre entre luces de colores, frutas, guirnaldas que llegan hasta el
techo. Un niño Jesús desproporcionado, mucho más grande que María y que José,
sonríe en el medio del belén. Es un belén casero, auténtico, humilde y colorido,
que trepa entre telas hasta el techo. Una cruz de luz de neón azul lo ilumina
desde lo alto. Todo el techo está atravesado por telas que se unen en el centro,
tienen inscripciones que ya no recuerdo. Por la extensión el lugar es más una
capilla que una iglesia. Los colores te inundan, te avasallan. Quisiera quedarme
allí horas interminables. Quisiera saber rezar y no sentirme una impostora.
2 comentarios:
Andrea, emotiva y hermosa tu manera de mirar y de mostrarnos este templo.
Abrazos
Gracias Loliña y Feliz San valentin
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